Alberto Leiva

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El diario de Jensen – Capítulo 4: «El primer baño del año»

El diario de Jensen – Capítulo 4: «El primer baño del año»

El diario de Jensen - Capítulo 4: «El primer baño del año»

EL DIARIO DE JENSEN

CAPÍTULO 4: «EL PRIMER BAÑO DEL AÑO»

 

Intento no detenerme con nadie, me despido con un «hasta mañana» y continuo caminando. Al salir por la puerta de personal me encuentro con Mark.

—¿Qué pasa Mark, ya estás fumando?

—Son muchas horas sin un cigarro, ya sabes.

—Bueno, yo me voy que tengo que hacer un montón de cosas, pasa una buena noche con la chica.

—Vale, mañana te cuento. Hasta mañana.

Le noté un poco nervioso, no sé si porque va a quedar con la chica o porque habló con el jefe. Que por cierto no me dijo nada al respecto, espero que no sea nada importante.

De camino a casa entro en el supermercado para comprar todo lo necesario para esta semana. Mientras lo hago pienso en transformarme, es como si lo echara de menos, como si lo necesitase.

Ya estoy en casa, el día de hoy ha sido duro, no por lo físico, sino por lo emocional. Hoy la he visto otra vez, hemos estado frente a frente, me ha mirado y hemos hablado.

Guardo la compra y me voy hacia mi habitación. Por el pasillo me voy quitando la corbata, la chaqueta, y me desabrocho los dos primeros botones de la camisa. Me tiro en la cama, abro el cajón de la mesilla para coger la pinza del pelo y me quedo mirándola mientras le doy vueltas con mis dedos. No puedo evitar poner cara de bobo y esa sonrisa de idiota que me sale al pensar en ella. 

Puedo saber como es una persona con solo mirarle a los ojos. Los suyos me dicen que es una buena chica, cariñosa y con carácter. Me gustan sus gestos y su forma de expresarse. Tan exageradamente bella. Su voz es dulce y suave, me envuelve de tal forma que me hace sentir en paz. Sus labios hacen que me pierda y su sonrisa me vuelve loco.

Me pregunto si se acordará de mí, si sabrá que ayer nos vimos antes de que se subiese al taxi. Lo cierto es que al cruzarse nuestras miradas, mi tiempo se detuvo liberando mi cabeza de pensamientos, susurrando silencio a todas mis preguntas, esas que no cesan ni un instante en cada momento del día. Una tortura asfixiante que no puedo controlar.

Esta noche si me salen las alas buscaré a alguien que necesite ayuda, pero antes iré a verla. 

Eso me recuerda que necesito una máscara, no puedo enseñar mi rostro. Si alguien me hace una foto o me graba en vídeo, saldré en los periódicos y en las noticias. Las redes sociales arderían con teorías paranoicas. Ya puedo leer los titulares: «¿Un monstruo en Vigo?» O mejor aún: «Un bicho nos observa desde el cielo». Si pasa eso mi vida privada se acabaría, no podría salir a la calle ni vivir una vida normal. Sería señalado y perseguido.

Miro por ultima vez la pinza y la guardo en el cajón. En el armario tengo un baúl en el que guardo disfraces y ropa vieja, creo que puede haber alguna máscara. Cuando lo abro descubro que no está, y justo en ese instante recuerdo que lo subí al trastero en la última limpieza. Cojo las llaves y al llegar arriba me encuentro al señor Antonio. 

—Buenas tardes Jensen.

—Buenas tardes Antonio, ¿qué tal está?

—Pues mal… muy mal…

Antonio baja la cabeza y sus ojos enrojecen apunto de llorar, una imagen que me parte el corazón, es un buen hombre. Desde que vivo aquí siempre me ha ayudado cuando lo he necesitado.

—¿Qué le pasa?

—Es mi hijo… Se va.

—¿Su hijo Borja? ¿Cómo que se va?

—Sí Borja, se marcha.

—¿A dónde se va?

Trago saliva asustado, nervioso, inquieto, esperándome lo peor.

—Lo envían a Afganistan, a una misión secreta y esas misiones nunca traen nada bueno.

—No se preocupe hombre, seguro que todo sale bien. Será alguna misión de ayuda humanitaria sin riesgo, no se preocupe.

—Vi su cara Jensen, pude ver el miedo en ella.

—Bueno, verá como en un par de meses está por aquí, ya verá que todo sale bien.

Realmente no sé que decirle porque nunca sé como actuar en estas circunstancias, su hijo no tiene más que diecinueve años. Dejó los estudios para meterse en el ejército de tierra, antes de eso siempre estaba en la calle con unos amigos que ningún padre desearía que tuviesen sus hijos. Parece ser que el ejército lo ha convertido en un hombre, ahora tiene ideas de futuro.

—No sé como solucionar esto, ojalá no fuera a esa misión, tengo un mal presentimiento.

—No se preocupe, verá que todo sale bien.

—No sé, no sé…

—Bueno, le dejo que siga ordenando el trastero que yo tengo que ir a buscar unas cosas.

—Sí, no te preocupes, aún tengo para un buen rato, hasta luego Jensen.

—Hasta luego Antonio.

Al abrir la puerta de mi trastero una nube de polvo me recuerda que hace mucho tiempo que no vengo. No es muy grande, está lleno de libros y trastos viejos, pero puedo ver el baúl situado al fondo. Lo abro, quito unas revistas de Harley Davidson antiguas y descubro la máscara que usé en la obra de teatro del instituto, «El fantasma de la ópera».

Aún recuerdo aquella obra, tenía unos diecisiete años y todos éramos un manojo de nervios. Recuerdo que yo estaba afónico por salir de fiesta el fin de semana anterior. La profesora que llevaba la obra me repetía una y otra vez que eso era miedo escénico. Al final todo salió bien y conseguimos que el público se metiese dentro de la función.

La máscara es pequeña y dorada, no tapa toda la cara pero me servirá.

Al salir de mi trastero veo que Antonio sigue con lo suyo. 

—¿Ya te marchas?

—Sí Antonio, ya he encontrado lo que buscaba.

—Anda, una máscara.

—Sí, es para una fiesta en la que me han invitado.

—Eso es lo que tenéis que hacer los jóvenes, ir de fiesta.

Volvió a bajar su cabeza y me vi obligado a acercarme y darle apoyo con mi mano sobre su hombro.

—No le dé más vueltas o se pondrá peor.

—No es solo mi hijo Jensen…

—¿Entonces? ¿Qué ha pasado?

—Es la empresa, las ventas han caído en picado y ahora mismo casi no puedo hacer frente a las nóminas de los trabajadores, hemos perdido muchos clientes con la crisis.

—Seguro que hay alguna solución, hable con los bancos, puede que le den un crédito, su empresa es muy importante.

—No quieren darme nada y me comen las deudas.

No sé que decirle, es una situación muy dura. Cualquier cosa que le diga será desde la tranquilidad de no ser yo la persona perjudicada. Puedo sentir mucha empatía pero no puedo imaginar lo que debe estar sufriendo este hombre. Es muy buena persona y no se lo merece.

—Tranquilo, hable con sus trabajadores, seguro que encuentran alguna solución entre todos.

—No me queda otra Jensen, creo que sin duda, es la mejor opción.

Me da un abrazo tan fuerte que casi me corta la respiración. Nos despedimos y me voy a casa. Al llegar me pongo a ordenar y a limpiar el piso, cuando me doy cuenta ya son las nueve y media de la noche. Voy a la cocina y hago una tortilla de patata. Se acerca la noche y posiblemente tendré algo de acción. Estoy ansioso, quiero que salgan mis alas para deslizarme por el aire, es una sensación nueva para mí, me encanta.

El tiempo pasa rápido cuando tienes algo que hacer. Ya son las doce de la noche y aún no me han salido las alas. Camino hacia la ventana del salón para observar la ciudad, y sin previo aviso empiezo a notar un cosquilleo en la espalda. Aquí están…

Un leve crujido resuena en la habitación y mis alas ya están fuera, cada vez me duele menos.

Me pongo la máscara, compruebo que no haya nadie en el descansillo, y salgo corriendo como un rayo hacia la azotea.

Al pasar por los trasteros una luz hace que me detenga, es el de Antonio. Me aproximo lentamente he intento no hacer ruido. Está hablando con otro hombre que tiene una voz bastante grave. No consigo reconocer quién es. Lo mejor es que me vaya, no puedo permitir que me vean así. Al abrir la puerta de la azotea escucho unas voces. Por lo que oigo es mi vecina del quinto y un chico, pero están al otro lado y es imposible que me vean.

Vuelvo a chocar con la casualidad, hoy que decido ponerme la máscara tengo estos dos contratiempos.

Sin perder más tiempo me dejo caer, extiendo mis alas y de ese modo planeo en dirección contraria a los jóvenes.

La sensación de volar es increíble, no sabría definir con palabras lo que siento. La gente se ve como si fueran hormigas desde aquí arriba, debo estar a unos doscientos o trescientos metros de altura.

No sé que pasará esta noche, ni si voy a poder salvar a alguien, pero tengo ganas de probarme contra alguien. Inconscientemente mientras disfrutaba del vuelo, he llegado a la calle Colón, hasta mi subconsciente piensa en ella. Desciendo en el tejado del edificio de en frente, miro hacia el sexto, y veo a una chica sentada en el escritorio con un ordenador. Mi corazón se acelera, puedo sentir cada bombeo corriendo por todo mi cuerpo. Mi estómago se revuelve como si hubiera un montón de mariposas chocando contra las paredes.

Es ella, puedo reconocer su rostro aunque solo vea la mitad. Lleva puesto un pijama corto de color rojo y el pelo lo lleva suelto, cayendo hacia adelante por su hombro derecho. Está escribiendo, quizás haciendo un trabajo. Puede que sea escritora y esté redactando su próxima novela, o quizás sea profesora. Sea como sea me encantaría estar a su lado en estos momentos, acercarme lentamente por la espalda, rodearla con mis brazos y darle un beso en el cuello. Parezco un adolescente con sus películas mentales. Si hace una semana me llegan a preguntar si creo en el amor a primera vista, lo primero que habría hecho sería reírme y lo segundo contestar que es imposible. A día de hoy no podría decir lo mismo. Mi corazón está dentro de la historia mientras mi cerebro intenta mantener la cautela, contradicciones que hacen que uno se vuelva loco entre síes y noes. Supongo que lo más fácil es dejarse llevar y que pase lo que tenga que pasar.

Su piso parece bastante grande, desde aquí puedo ver que tiene un salón, dos habitaciones bastante amplias, y un baño. Ella está en una de las habitaciones, quizás sea la suya. Seguramente mañana le deje la pinza del pelo en la ventana.

Respiro hondo y la miro por última vez, doy un salto extendiendo mis alas y me alejo, voy en busca de alguien que necesite mi ayuda. Tras media hora dando vueltas por la ciudad, mi mirada se centra en una pareja, están en el parque de la calle Pino.

Desciendo lentamente y sin hacer ruido en el jardín de la iglesia de Fátima. Ella es rubia y de estatura media, él es moreno de pelo corto y complexión atlética. Parecen estar discutiendo, él la agarra y la zarandea varias veces mientras ella le dice que no le haga eso y que su relación se ha terminado. Siguen discutiendo a gritos, ella está llorando y repitiéndole una y otra vez que la deje en paz. Creo que ya sé lo que les pasa. Al parecer él le ha estado engañando con su mejor amiga durante bastante tiempo. Ella le empuja para intentar separarle y de respuesta recibe un puñetazo.

Eso es lo que necesitaba para poder actuar, gracias por cometer el error, imbécil. Desciendo hacia él y me pongo a su espalda.

—¿Algún problema?

—¿Tú quién coño eres?

El chico se da la vuelta mirándome con actitud agresiva y jadeante, está totalmente fuera de control.

—El que te va a enseñar a tratar a una mujer.

—¿Pero de qué coño vas? Lárgate de aquí si no quieres acabar en el hospital, payaso. 

¿No ha visto mis alas? Miro a mis lados y descubro que estoy en una zona sin luz, la oscuridad las oculta. Sus ojos parecen querer escaparse de su cara y las venas del cuello y la cabeza parece que van a reventar de un momento a otro. Su respiración está agitada y descontrolada.

—¡Vete, no le enfurezcas más! ¡Será peor si pierde el control! ¡Hazme caso! Vete… —dijo la chica.

Esa última palabra se clavó en mi corazón. Una voz quebrada por el miedo. Algo que ha provocado este despojo humano. Ella está tirada en el suelo por el puñetazo que le ha dado este desgraciado. Debería arrancarle la cabeza de un solo movimiento, no se merece disfrutar de un segundo más de vida. Respiro hondo para calmarme, yo no soy juez ni verdugo sobre la vida de una persona. Mi rabia y mi odio no pueden influir en mis acciones.

—No te preocupes, no volverá a molestarte —dijo Jensen.

—Vete, por favor… —respondió la chica.

La pobre está realmente aterrada. Marcharme no es algo que haya pasado por mi cabeza. Quizás deba dejarme llevar…

—¡Hazme caso y vete, será mejor para los dos! —gritó la chica.

—¡Cállate puta de aquí no se va nadie y menos este entrometido que va a desear no haber nacido!

Ni siquiera me molesto en contestar. Una leve sonrisa nace en mi boca. El pobre es tan absurdo que opto por la opción más sencilla, salgo a la luz y despliego mis alas. Su cara y su respiración se quedan congeladas y su boca se abre con signo de terror. Se tira de rodillas al suelo e intenta decir algunas palabras, pero lo único que sale de su boca es un balbuceo incoherente. 

—Has pegado a una mujer, pero aun así he decidido que no voy a hacerte nada por esta vez. Aunque vivir dependerá de ti. Esto hará que aprendas a valorar la vida de los demás empezando por la tuya. Eres tan insignificante y tan cobarde, que… oh, oh dios mío… ¿te estás haciendo pis encima? ¿En serio? ¿Dónde está ese «hombretón» que se encaraba contra una mujer y contra un desconocido?

No pude apartar mi mirada firme y furiosa de sus ojos, en ellos pude ver un terror que jamás había visto en nadie. Es una situación realmente lamentable, pero es algo que escorias como esta se merecen vivir.

Le doy un pequeño puñetazo en la cara y lo dejo quejándose de dolor en el suelo, retorciéndose en el charco de su propia orina. Me acerco a la chica, la levanto suavemente del suelo y se queda mirándome con los ojos vidriosos.

—Ya está no tengas miedo, yo no voy a hacerte daño, y él desaparecerá de tu vida para siempre.

Me sonríe y me da un abrazo. Puedo sentir su ternura y su dulzura, agradecida por lo que acabo de hacer.

—Gracias… Eres un ángel, mi ángel.

Por un momento me quedo sin palabras, no sé que decir. Soy idiota, es algo en lo que no había pensado. ¿Un ángel? No es tiempo para pensar en esto, tengo que decirle algo.

—¿Estás bien?

—Sí, siento un poco de dolor en la cara por el puñetazo pero estoy bien. Si no llega a ser por ti me habría dado una paliza como otras veces.

—Tranquila, por este desgraciado ya no tienes que preocuparte.

—Muchas gracias, me siento estúpida, le he perdonado tantas veces.

—Pasa página y sigue con tu vida. ¿Puedes volver sola a tu casa o quieres que te acompañe?

—Puedo ir yo sola no te preocupes, vivo aquí al lado, muchas gracias.

—Genial, pero no olvides que estaré protegiéndote.

¿Por qué he dicho eso? Me he creído demasiado el papel de ángel en el que me ha encasillado. Me da otro abrazo y un beso en la mejilla. Sus labios son cálidos y suaves. El beso estaba cargado de sensibilidad.

Me doy la vuelta y me acerco al tipejo, lo engancho por el cuello de la camisa, y de un salto me lo llevo volando. Mi destino es el medio de la ría de Vigo, allí lo tiraré al mar y dependerá de él vivir o morir.

—¡Por favor suéltame! Te prometo que no volveré a hacerle daño.

—Suplica todo lo que quieras, no te va a servir de nada.

—Yo la quiero, de verdad que la quiero, no sé como pudo pasar.

—Excusas, excusas y más excusas. 

—¡Yo no soy así te lo prometo!

—Ahora sabes lo que sentía ella cuando te decía que la dejaras en paz y te marcharas.

—No me hagas daño por favor, te lo suplico.

Durante el breve viaje siguió suplicando. Pidiendo que por favor no le hiciera nada, pero él no le hizo caso a quien le pidió lo mismo. No es que me esté comportando como él, si no que a cada uno le toca tarde o temprano pagar por sus actos. ¿Quién no haría lo mismo que yo? ¿Acaso esto me convierte en un desalmado? ¿Qué pensaría la chica de la pinza del pelo si me viera hacer esto? Quizás no lo aprobaría y me tacharía de salvaje, pero no puedo evitarlo, tengo que hacerlo, odio que alguien haga sufrir a otra persona sin motivo. 

Cuando llegamos a nuestro destino, lo levanto agarrándole por la parte delantera de la camisa, y lo pongo frente a mi cara.

—Como vuelvas a agredir a alguien más, te daré caza y no seré tan blando como esta vez. Solo tienes una oportunidad más. Recuérdalo.

—¡No lo haré te lo juro! ¡Por favor no me sueltes, apiádate de mí, no me sueltes!

—Esto no depende de mí, esto te lo has buscado tú. Adiós.

Lo suelto desde unos diez metros de altura y se cae al mar entre gritos de desesperación y terror. 

—¡Hijo de puta sácame de aquí!

Perfecto, está vivo, por un momento pensé que era demasiada altura.

Vuelvo a sobrevolar la zona del parque de la calle Pino pero la chica ya no está. Espero que ya esté descansando en su casa. Son las cuatro de la madrugada, yo también debería irme para casa. Inconscientemente otra vez vuelvo a pasar por la calle Colón. Desciendo en el mismo edificio y miro hacia su piso. Tiene la ventana de su habitación abierta y veo que ya está en la cama, tapada con una sábana hasta la cintura. Un momento tierno y dulce para cerrar esta noche, mañana volveré para dejar la pinza del pelo. Doy un salto y me pongo en dirección a mi casa.

Ha sido una noche difícil, no me gusta comportarme así pero no me dejó otra opción.

Cuando llego a mi edificio ya no están los jóvenes. Bajo hasta los trasteros con cautela por si sigue el señor Antonio pero tampoco está, hay silencio absoluto en el edificio. Por fin entro en mi casa, hoy ha sido un día muy largo, demasiadas emociones. En unas horas tengo que volver a trabajar, me tiro en la cama y dejo la máscara encima de la mesilla. Necesito descansar.

 

(Durante esta semana se cumplen dos años de la publicación de mi primera novela, «El diario de Jensen». Compartiré cada día un capítulo con todos vosotros. Ya sabéis que podéis comprar mis libros en Amazon. También podéis seguirme en mi perfil de Instagram: @albertelp).

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