EL DIARIO DE JENSEN
CAPÍTULO 5: «CURIOSIDADES INESPERADAS»
Un ruido en las escaleras hace que me despierte sobresaltado. Justo estaba teniendo un sueño perfecto con la chica de la pinza, juntos en una isla desierta, como si fuéramos pareja, viviendo nuestra propia luna de miel o algo así. Estoy enfermo, esto no es normal.
Escucho gente gritando y corriendo de un lado para otro. No sé que habrá pasado, pero lo único que me apetece es darme la vuelta y seguir durmiendo. Siempre tienen que hacer ruido cuando uno tiene que madrugar.
Son las siete y media de la mañana, media hora antes de lo normal. Podría descansar un poco más o irme a la cafetería y leer el periódico. Tras pensarlo un rato creo que levantarme es la mejor opción, así veo si hay algo del tipo que abandoné a su suerte. No sé si estará vivo o muerto, la verdad es que me da un poco igual, solo espero haber sido una especie de fantasma al que no ha visto nadie. Hoy no iré al bar de siempre, iré a la Cafetería Siux, que está a un minuto del trabajo y no suele ir ningún compañero. Es ideal para estar a mi aire y poder leer el periódico tranquilamente.
Me ducho, me visto, y voy al salón donde me quedo mirando por la ventana. El sol ya ha salido, parece que hoy también será un día caluroso, son las ocho y ya tengo calor. Mientras observo a la gente que pasa por la avenida pienso en mi compañero de vuelo de anoche. Si llegó nadando hacia la costa puedo tener un problema, ya que seguro que habla de mí a los medios y eso correrá como la espuma. Si pasa eso espero que lo traten como a un loco. La chica también estaría en peligro, a saber qué puede hacer con ella el desgraciado. No puedo evitar estar nervioso por ello, como si no tuviera bastante con lo que tengo.
Tras pasarme un rato mirando por la ventana, me voy a la habitación y hago mi rutina diaria. Me pongo el reloj, cojo la cartera, el móvil y me quedo mirando unos segundos a la pinza del pelo. Vuelvo a guardarla en el cajón y me voy.
Al salir de casa ya no hay ruido, y para mi sorpresa el ascensor está en mi planta. Salgo a la calle y comienzo mi caminata. El calor hace que me quite la chaqueta del traje, no quiero llegar sudando como un cerdo. A estas horas las gaviotas están por toda la avenida comiendo lombrices. Algunos pájaros pequeños les hacen compañía, esperando un descuido para llevarse un trozo.
Hoy será el día, el día en el que le devolveré la pinza del pelo a la chica. Otro motivo por el que no puedo dejar de sentir un nerviosismo interno. Me desharé del único vínculo que tengo con ella y todo se habrá acabado.
El camino se me pasa volando, consigo llegar a la cafetería un poco antes de lo esperado. No es muy grande y tampoco tiene mucha luz, es un local cuadrado y la barra está justo en el lado derecho de la entrada. Está casi vacía, solo hay tres personas. Una señora con un señor tomándose un café, y una chica joven mirando su taza.
Me dirijo hacia la mesa del fondo a la izquierda, me siento, y al poco rato se acerca la camarera. Es rubia, delgada, y tiene los ojos azules. En su cara tiene un golpe pero lleva tanto maquillaje que apenas se le nota. Tengo la extraña sensación de conocerla pero no sé de qué. Ahora mismo estoy demasiado dormido.
—Buenos días, ¿qué va a tomar?
Nada más oír su voz la reconozco, es la chica de ayer por la noche. Me quedo congelado por el momento, trago saliva e intento salir del paso.
—Tomaré un capuchino.
La camarera se queda mirándome y pensativa, espero que no me haya reconocido. Me mira entrecerrando los ojos como si quisiera recordar algo, sonríe levemente y con media vuelta se va a por mi café.
Me levanto y me acerco hasta la barra donde están los periódicos, cojo uno y vuelvo a mi sitio.
De todas las cafeterías que hay de camino al trabajo tuve que elegir esta, otra vez volvemos a chocar con la casualidad. Quizás sea un castigo por soltar al chico en la ría, o puede que tenga que hacer algo más en esta historia. Intento frenar mi cabeza de pensamientos mientras miro el periódico. La camarera está preparando el café y de vez en cuando me mira. Si dijera que no tengo miedo en este momento estaría mintiendo. No sé cuál será el resultado de todo esto, pero estoy realmente acojonado.
Entre todo este lío me doy cuenta de que la chica de la entrada me está mirando fijamente. Es bastante guapa, pero ahora mismo tengo otras cosas en mente. Además, ya tengo a una mujer en mi cabeza. Me retiro de la guerra de las miradas y me centro en el periódico.
Al pasar las páginas no encuentro absolutamente nada, ni siquiera en los sucesos, parece que lo he conseguido, he logrado pasar desapercibido. Me gustaría saber que respondería si le pregunto por el golpe de su cara. Por otro lado quizás los dos estemos en peligro. Si el chico ha sobrevivido podría ir a por ella y terminar lo que empezó. Tengo que tener cuidado, quizás debería vigilarla por si acaso.
—Aquí tienes, tu café y un bollo de leche, a este invito yo.
—Muchas gracias.
Al dejar el café sobre la mesa la chica me regala su sonrisa con cierta gratitud, recordándome el abrazo tan dulce que me dio anoche. Estoy convencido de que sabe quién soy. Tengo que hablar con ella, no puedo irme sin saber que piensa de ello.
—Por cierto, ¿qué te ha pasado en la cara? ¿Estás bien?
—Nada, me golpeé con la mesilla durmiendo, soy un auténtico desastre.
Vaya, lo ha hecho con tanta naturalidad que hasta me lo podría haber creído. Esto solo hace que sienta más rabia por el desgraciado, significa que no es la primera vez que lo hace.
—A mí también me ha pasado alguna vez.
—Tu voz me resulta familiar, ¿nos conocemos de algo?
La pregunta del millón de dólares. Entrecierra sus ojos una vez más como queriendo recordarme.
—Me vas a perdonar pero creo que no te conozco de nada, aunque quizás hayamos coincidido en alguna fiesta o algo parecido.
—No creo, si hubiésemos coincidido en algún lugar lo recordaría.
Su cara se ruborizó casi al instante mientras cambiaba su sonrisa dulce por una pícara.
—Me acabas de dejar sin palabras. Gracias por el cumplido. ¿Te gustaría que quedásemos esta noche para tomar algo? Si quieres puedo pasar a recogerte por tu casa.
Bastante directo, pero si quiero protegerla no me queda otra alternativa. Quizás no sea muy ético sabiendo que por la noche me transformo y no voy a quedar con ella, pero necesito saber su dirección.
—Lo siento, hoy me toca trabajar todo el día y estaré cansada. Además, lo he dejado recientemente con mi novio y no estoy de humor.
¿Qué lo has dejado recientemente? La última vez que lo viste me lo llevaba volando al medio de la ría.
—No te preocupes otra vez será, entonces tendré que venir más veces para que me invites a otro bollo.
Me sonríe levemente mientras se marcha para atender a otros clientes. Al final no sé si me conoce o si está disimulando. Por la noche esperaré a que salga y la seguiré, tengo que protegerla por si su ex está vivo y vuelve para hacerle daño.
—Vaya, parece que te han dado calabazas.
Es la chica de la entrada, que sin darme cuenta se ha acercado a mi mesa. Me mira fijamente y se sienta en una de las sillas, pone los codos sobre la mesa y entrelaza las manos donde apoya su barbilla.
—Pues sí, parece que no es mi día.
Apuro el café dando pequeños sorbos, ya que aún está demasiado caliente para bebérmelo de golpe.
—Me llamo Elisa, y a mí me encantaría quedar contigo esta noche, y quien sabe…
Por si la mirada de arriba a abajo desnudando mi cuerpo no fuera suficiente, se mordió el labio inferior creando más énfasis y mayor carga en el mensaje a medio terminar. Podría decirle que sí y pasar de ella, pero no quiero, lo siguiente sería pedirme el móvil y darme el coñazo todo el rato. También podría darle un número falso, pero tiene algo en la mirada que no me acaba de convencer.
—Lo siento Elisa, pero hoy he quedado con mi novia.
Termino el café y me levanto de la mesa.
—¿TIENES NOVIA Y TE PONES A FLIRTEAR CON UNA CAMARERA?
Elisa se levanta alzando la voz y da un golpe en la mesa tan fuerte con la mano que hace que tiemble hasta la taza de café. Lo que me faltaba…
—¿Perdona?
—¡Eres un asco de tío, ojalá seas un desgraciado el resto de tu vida!
Sus palabras deberían entrarme por un oído y salirme por el otro. Quizás debería pasar de ella y de su locura, pagar, e irme sin más, pero no puedo. No consiento que nadie me insulte y menos sin venir a cuento y montando un numerito.
—Está bien guapa, no tengo novia, era la excusa perfecta para pasar de ti y de tu cara. No me interesa lo más mínimo quedar contigo y mucho menos conocerte.
—¡Y también eres mentiroso! ¿Qué clase de hombre se inventa una relación para no quedar con una mujer?
¡Buff…! Le faltan un par de veranos. Lo mejor es que me vaya, al final voy a llegar tarde a trabajar. Me voy hacia la barra sin mirar a Elisa, paso de contestarle, que se quede gritándole al mundo.
—Perdón por el espectáculo. Aquí te dejo el dinero del café. Muchas gracias.
—Nada, no te preocupes. Gracias a ti, espero que vuelvas pronto.
Maldita la hora en la que decidí entrar en la cafetería. Debería haber comprado el periódico y leerlo sentado en un banco. Que mala suerte la mía. Me dirijo hacia la entrada de personal donde están todos con su último cigarro antes de entrar, incluido Mark.
—Hey Jensen, ¿qué tal estás tío?
Mark me extiende su mano sin dejar de dar una calada al cigarro.
—Buenos días Mark, pues llevo una mañana de locos. ¿Y tú cómo estás?
—Bien, con pocas ganas de entrar.
—Bueno hombre, ¿qué tal con la chica?
—Pues perfecto, fuimos a cenar al Raninni y le encantó. Estuvimos charlando de nuestras vidas y descubrimos que estamos hechos el uno para el otro, tenemos muchísimas cosas en común.
Mark apaga su cigarro y entramos.
—Vaya, me alegro, ojalá tengas suerte esta vez. ¿Cómo se llama?
Me alegro por Mark, ojalá esta sea la definitiva, la que le haga madurar y sentar la cabeza. Es un buen tipo, se merece ser feliz.
—Tiene un nombre precioso, se llama Elisa.
Esta sorpresa si que no me la esperaba. Espero que no sea la perturbada con la que acabo de tener una discusión, si no Mark se llevará una gran desilusión.
—Es un nombre muy bonito, espero que todo os vaya muy bien.
—A ver que tal, por ahora nos estamos conociendo.
—Bueno, por algo se empieza. Venga tío, nos vemos luego que voy a fichar.
—Vale Jensen, luego me paso a visitarte.
Entre modificar precios, reponer, y atender a un par de clientes, mi jornada laboral se me pasa volando. Me dirijo al terminal más cercano para fichar, me despido de mis compañeros y me marcho pitando hacia la salida. Podría ir a saludar a la camarera, pero puede que esté Elisa y no me apetece tener otra batalla. A la salida no está Mark, le espero durante unos minutos pero no sale, así que le envío un mensaje para decirle que me tengo que ir.
Camino por la calle hacia mi casa, el calor a esta hora es insufrible, me quito la chaqueta, la corbata, y me desabrocho un par de botones. Al llegar al edificio me encuentro a la señora Rosa. Parece triste, ¿qué le habrá pasado?
—Señora Rosa, ¿le pasa algo? La veo triste.
—Ha pasado algo terrible, ¿no te has enterado?
—No, ¿qué ha pasado?
El corazón se me pone a mil por hora, el miedo a ser descubierto me pone en alerta.
—Antonio se ha suicidado, se ha ahorcado en el trastero.
Me quedo como si me tiraran un cubo de agua fría. La señora Rosa se pone a llorar, le doy un abrazo e intento consolarla, es una señora muy mayor, tiene más de ochenta años y los disgustos no son buenos.
—No me lo puedo creer, ayer mismo estuvimos hablando. ¿Ha dejado alguna nota o algo?
—Sí, han encontrado una nota enganchada en su camisa con una pinza de colgar la ropa, decía que no podía más.
La señora Rosa sigue llorando y le doy otro abrazo para consolarla.
Esto hace que piense en lo que sucedió anoche. ¿Con quién estaría hablando? ¿Y si no se mató él? ¿Y si esa persona era alguien a quién le debía dinero? Quizás debería haber actuado en el momento en el que subí a la azotea. Buscaba a alguien a quien ayudar y lo tenía justo al lado de mi casa. Ahora está muerto y no puedo hacer nada. En cierto modo me siento responsable de su muerte. Sabía que estaba pasando un mal momento pero nunca pensé que llegaría a este extremo.
Al cabo de unos minutos deja de llorar y nos despedimos. Entro en casa y me voy directo al salón, ahora mismo estoy sin ganas de pensar en nada. Me tiro en el sofá y enciendo la tele, al parecer hay una noticia en la playa de Samil. ¿En serio, hoy pueden pasar más cosas?
«A primera hora de la tarde ha aparecido el cuerpo de un hombre de unos treinta años de edad flotando en la playa de Samil. Se desconocen las causas de la muerte ya que el hombre estaba vestido. Fueron los bañistas los que alertaron a Protección Civil de que había un cuerpo en el agua. Poco después se supo que llevaba varias horas muerto y que el hombre era un vecino de Vigo llamado Armando Estévez».
Cuando ponen la foto mi cuerpo se congela de nuevo. Puede que fuera un desecho humano, pero de alguna forma ha muerto por mi culpa. Me había olvidado de él después de lo del señor Antonio.
Apago la tele y me tiro en la cama a descansar completamente hundido por los acontecimientos. Cojo la pinza del pelo y por algún motivo pido perdón, perdón por lo que he hecho, han muerto dos hombres y las dos muertes las podría haber evitado.
(Durante esta semana se cumplen dos años de la publicación de mi primera novela, «El diario de Jensen». Compartiré cada día un capítulo con todos vosotros. Ya sabéis que podéis comprar mis libros en Amazon. También podéis seguirme en mi perfil de Instagram: @albertelp).
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