Alberto Leiva

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Un reino en el bosque

Un reino en el bosque

Si la vierais con mis ojos entenderíais porqué mereció la pena jugárselo todo, pero para que esto tenga sentido empezaré por el principio.

Era una mañana cualquiera y yo estaba en el bosque cortando leña, una tarea común para todos los campesinos del reino. De pronto, escuché un llanto, una voz quebrada que te rompía el alma con sólo escucharla. Fui hacia ella y descubrí que se trataba de la princesa, sentada en el suelo y llorando desconsoladamente. A su lado estaban sus dos lobos, que siempre la acompañan a todos lados.

En cuanto me vieron no me quitaron sus ojos de encima. Me acerqué lentamente, sin hacer ningún movimiento en falso. La princesa no se percató de mi presencia hasta que me puse a un metro de distancia. Los lobos bajaron sus orejas y se acercaron a mí para lamerme y sentarse a mi lado. La princesa me miró con los ojos totalmente enrojecidos y un mar de lágrimas en sus mejillas. Creo que los dos nos sorprendimos por el comportamiento de sus compañeros pero no dijimos nada al respecto.

Le pregunté que le pasaba y me contó que su padre quería casarla con un príncipe de un reino cercano para fortalecer su alianza, pero a cambio, tendría que deshacerse de los lobos. Ella me contó que no quería casarse y mucho menos perderlos. Los crió desde cachorros y desde entonces nunca se ha separado de ellos. Le dije que me los podría quedar yo. Vivo solo, en una cabaña en el bosque y nadie sabría de ellos. Ella me advirtió que eso podría costarme la vida, los campesinos no pueden hablarle a la princesa ni tener ningún contacto.

No lo dudé. Asumí el riesgo y fue lo mejor que me ha ocurrido en esta vida. Desde ese momento los lobos se quedaron conmigo y ella venía cada día a mi casa para estar con ellos. Lo que no habíamos pensado es que el amor no entiende de clases sino de corazones y los dos teníamos uno muy grande. Nos dejamos llevar y vivimos momentos de pura magia. Inconscientes por el amor que nos unía dejamos de ser cuidadosos y cometimos el error de confiarnos…

Recuerdo que aquel día llovía y nunca olvidaré la cara de los cinco guardias reales que me dieron una paliza y me apresaron. Recuerdo las lágrimas de mi princesa y de como esos cinco desgraciados la empujaban para que no se acercara a mí. Lo único que pude hacer fue gritarles a los dos lobos para que se escaparan, que corrieran lejos, la batalla estaba perdida y tenían que salvar su vida. Me miraron y aceptaron la orden, sé que aunque no los podíamos ver, ellos estaban observando todo lo que estaba pasando, sufriendo por no poder hacer nada, pero era mi orden y tenían que aceptarla. A ella no pude decirle nada, sólo mirarla hasta que la sangre de mi cara me tapó los ojos.

No sé cuantos días han pasado desde entonces, lo único que sé es que me van a ejecutar, pero mientras eso no ocurre, me tienen encerrado en una celda bajo tierra. Hace mucho tiempo que no veo el sol, me siento débil, apenas tengo espacio para moverme y sólo me dan un trozo de pan y un vaso de agua cada día. De pronto, se abre la puerta de mi celda y no me puedo creer lo que estoy viendo. Es ella, mi princesa. Me dice que me de prisa, que me sacará de aquí.