«Una experiencia en Cercedilla»
Con la llegada del fin de semana, siempre apetece hacer algo distinto. Coger un tren hacia alguna parte y pasar un día diferente. Lo bueno de Madrid es que tiene buena comunicación con todos los pueblos y ciudades, sino es con el tren, es con el autobús o alguna de estas aplicaciones de compartir coche. Esta vez me apetece ir a la sierra, a algún pueblo tranquilo y desconectar del bullicio y el estrés de la gran ciudad.
La verdad es que no llevo un rumbo fijo, estoy en la estación de tren de Chamartín y el próximo tren de cercanías que sale es hacia Cercedilla en cinco minutos. Perfecto, allá voy.
El viaje se pasa bastante rápido disfrutando del paisaje, ya puedo sentir el olor del aire fresco de la sierra. La verdad es que nunca he ido hasta Cercedila y eso que está bastante cerca, a una hora más o menos.
Al llegar y bajarme del tren descubro una estación muy bonita, de esas antiguas que parecen de película. Al parecer, este no es el centro del pueblo, eso me ha dicho un amable señor que estaba sentado en un banco al salir de la estación. Me dice que me acompaña, va en la misma dirección y su mujer le está esperando para comer. Es curioso cuando alguien se presta a ayudarte de esta manera, típico de los pueblos y que cada vez tiende más a desaparecer. Ojalá en las grandes ciudades fuéramos más humanos y dejásemos de caminar de prisa porque siempre llegamos tarde. Nos dejamos absorber por el estrés que envuelve nuestro día a día.
Por el camino me cuenta que Cercedilla está a una altura de unos 1.159 metros de altura, que los inviernos son muy fríos y el pueblo con nieve es precioso. También me dice que en verano la temperatura es más fresca que en el centro de Madrid, que por lo menos aquí pueden respirar. Podría decirle que esa información ya la conozco, pero su cara de emoción al contármelo, solo me hace asentir y poner cara de asombro, como si acabase de descubrir algo nuevo.
Pasamos por un paso a nivel, algo que me encanta, me recuerda cuando era pequeño y jugaba con mi tren de juguete. Tenía una parte que era un paso a nivel por donde pasaban los vaqueros con las carretas antes de que les asaltaran los indios. Me encantaba montarme mis propias películas.
Le pregunto al señor dónde puedo comer y me recomienda la «Taberna y Pizzería el Vesubio de Pompeya». El menú cuesta unos 13€ y la comida es excelente. Me dice que él va a comer ahí con su mujer. Le digo que me parece perfecto, comeré allí. No tardamos mucho más en llegar. El paseo desde la estación hasta el centro del pueblo son unos quince minutos. Hay un montón de casas de piedra y es muy bonito. El señor me invita a sentarme con ellos, pero le digo que no, que tengo que hacer unas gestiones mientras como. La verdad es que no tengo nada que hacer, pero no quiero molestarles comiendo, la mujer ni siquiera sabe quién soy, bueno y él tampoco, solo un desconocido que llegó en tren y que preguntó por dónde estaba el centro del pueblo.
La camarera es muy amable y con la bebida me trae una tapa de patatas alioli. Están realmente buenas. Mira que es fácil prepararlas y en algunos restaurantes te ponen cualquier cosa menos patatas alioli.
Al terminarlas llega mi primer plato, Pisto con un huevo. Huele espectacular, pero el sabor es infinitamente superior. Justo con el primer bocado llega un señor, pero ya no quedan mesas. El señor le dice que por favor si puede darle de comer aunque sea en la barra, porque no puede irse a otro sitio, tiene que comer aquí. Mi mesa es bastante grande, no sé muy bien porqué, pero le hago una señal a la camarera y le digo que si quiere puede comer aquí. El señor me da las gracias y se sienta conmigo. Pide su menú y me dice que hoy es un día muy importante y tiene que comer aquí.
Al poco rato llega su primer plato, una paella que tiene una pinta increíble. Yo apenas he comido mi pisto en este transcurso de tiempo.
El señor me cuenta que hoy es su aniversario de casados y que ha quedado a comer con su mujer. Le digo que está comiendo conmigo y que entonces no va a comer con ella. Él sonríe y me dice que ella ya no puede comer, pero que está sentada a nuestro lado. Un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la silla vacía. En ese momento la camarera me trae mi segundo plato, un churrasco de ternera con patatas fritas. El olor hace que me olvide por un momento de lo que está pasando. Si la situación en la pizzería de la semana pasada fue extraña, esta ni te cuento. Ver a mi jefe cenando con su mujer y que apareciese su amante fue algo que será difícil de olvidar. La semana en la oficina fue bastante emocionante, pero ese no es el tema ahora mismo.
El sabor del churrasco es espectacular, no puedo describirlo con palabras, simplemente es un viaje por el Olimpo. La camarera le trae el segundo plato al señor, unos muslos de pollo con salsa y patatas fritas, la verdad es que también huele de miedo y tiene una pintaza increíble.
Respiro profundamente y le pregunto al señor que por qué dice que su mujer está sentada con nosotros en la mesa. Me dice que solo puede verla en los sitios en los que sueña con ella. Es decir, esta noche ha soñado con ella. Comían en este restaurante, en una mesa con un chico al que no podía verle la cara porque no le conocía. Esto se está volviendo muy extraño. La culpa es mía por no sentarme con el señor que me acompañó hasta aquí. Me dice que su mujer ha fallecido hace cinco años y que al principio no entendía como se comunicaba con él por los sueños, pero que ahora, cada vez que sueña con ella, sabe que tiene que ir a ese sitio y pasar un rato con ella. A veces es muy breve, pero puede verla y charlar con ella. Le digo que no le ha dicho nada y me dice que sí, que lo hace, por medio de los pensamientos, que sabe que suena como una locura, pero que él puede hacerlo.
Al rato la camarera me trae mi postre, un brownie de chocolate con nueces.
Le digo al señor si ella puede hacer algo para que yo sepa que está ahí. Me dice que sí, que mire el servilletero. Un escalofrío recorre mi espalda al ver como se mueve lentamente. No me lo puedo creer, ahora mismo me gustaría salir corriendo de aquí. El señor me dice que no me preocupe, justo en este momento la camarera le trae su postre, un trozo de tarta de queso.
Mi mujer dice que no tengas miedo, que tú también estás con alguien, un señor alto de ojos azules con cara de felicidad. Dice que te cuida allá a donde vas y que puedes estar tranquilo por todas tus inquietudes, que todo se solucionará. No puede ser. No puedo evitar un par de lágrimas que se escapan de mis ojos al saber de quién me está hablando. No entiendo nada. En este momento el señor llora y dice: «hasta la próxima mi amor», mirando hacia la silla vacía. Se levanta sin decir nada, deja dinero en la barra mientras le dice algo a la camarera y se va.
Me levanto a toda prisa y le digo a la camarera que me cobre porque tengo que irme detrás del señor, pero ella me dice que él ya ha pagado lo de los dos. Le pregunto si le conoce y me dice que no, que es la primera vez que le ve. Salgo corriendo del local y el señor ya no está. Doy unas cuantas vueltas por el pueblo intentando localizarlo, pero nada, es imposible.
Ya está anocheciendo, me vuelvo a la estación de tren y me voy a mi casa.
El día ha resultado ser demasiado raro. Todo por la casualidad de coger ese tren que salía en cinco minutos hacia un pueblo. Tal vez fue la casualidad o quien sabe, como dijo el señor ya estaba escrito que tenía que pasar para que viese a su mujer.
Ahora mismo lo único que me apetece es llegar a casa y asimilar todo esto.
(Experiencia en el restaurante: «Taberna Pizzería el Vesubio de Pompeya» de Cercedilla. Este relato está creado en base a la grata experiencia vivida en este restaurante en el que me han atendido tan bien y la comida estaba realmente exquisita).