Hola, por fin tengo tiempo para contaros todo lo que ha pasado en este día de locos. Como bien sabéis, todo pasó al mediodía con la llamada de la editorial. Me llamó un agente literario, obviamente no puedo revelar su identidad ni el nombre de la editorial. Solo puedo decir que es muy grande y a la que cualquier escritor quiere pertenecer. No puedo explicar con palabras la alegría que invadió mi cuerpo. Por un momento sentí que todo el trabajo realizado durante tantos años había dado sus frutos. Sin duda es la oportunidad perfecta y a la que es imposible decir que no.
Me citó mañana día 31 de octubre a las 12:00 de la mañana en Salamanca. En la cafetería de un hotel del que tampoco puedo dar el nombre, obviamente. Me dijo que me pagan el viaje y la estancia. Me mandó por correo toda la información y el hotel en el que alojarme.
Tras la llamada, cogí mi maleta y empecé a meter ropa a toda velocidad. Aún no sabía a que hora me iba a ir y quería tener todo listo. En las aplicaciones de viajes de coche compartido y grupos de WhatsApp, no había nadie que viajase hoy, así que, busqué un tren pero estaban carísimos. El autobús estaba bien de precio pero tardaba una barbaridad y llegaría sobre las 00:00 de la noche. Demasiado tarde. Terminé mi maleta y como siempre, al cerrarla tuve problemas. No sé si os pasará también a vosotros, pero ya pueden ser dos días, o una semana, que llevo la maleta a tope. No tiene ningún sentido la verdad, pero es así.
Justo en el momento de cerrar por completo la maleta, me sonó una notificación del teléfono. Para mi sorpresa, era un viaje de Vigo a Salamanca para hoy a las 16:00. No perdí el tiempo y le reservé una plaza. Creo que me quedo corto si os digo que de la ilusión aplaudía con las orejas.
Llegué cinco minutos antes a Plaza España, el lugar donde emprenderíamos nuestro viaje hasta Salamanca. El tiempo no estaba acompañando demasiado, pero por suerte, el punto de salida era en donde está la gasolinera, así que por lo menos había techo y no me he mojado.
Cuando llegó el conductor, era un señor de unos sesenta años, con el pelo bastante largo y canoso. Lo que me llamó la atención fueron sus cejas como pinchos y sus ojos saltones, parecía que en cualquier momento se le iban a salir de las cuencas. Allí también estaban una chica y un chico bastante jóvenes, de unos veintidós, veinticinco años. Ella era rubia de ojos azules y complexion delgada, y el chico moreno, con ojos marrones y también de complexión delgada. Nos saludamos y el señor nos dijo algo que me hizo encender las alarmas. Nos dijo literalmente: “Espero que lleguemos a Salamanca, tenían que darme el coche nuevo la semana pasada y aún no me lo dieron.”
En ese momento mis ojos se fueron a las ruedas del coche, un Xsara Picasso gris bastante antiguo y muy “perjudicado”, por decirlo de una forma elegante. Las ruedas estaban casi totalmente lisas. Creo que no debería haberme montado, con el tiempo que había era correr un riesgo innecesario. Aviso de ciclogénesis explosiva en toda Galicia. Cerré los ojos y me dije: “todo va a salir bien, ya verás, todo irá bien”. Me monté en el asiento delantero y la chica y el chico en la parte de atrás. Al parecer, ellos no iban a Salamanca, se quedarían en Zamora.
El viaje fue bastante tenso, el hombre no pasaba de 80Km/h, y la verdad, es algo que he agradecido porque no me sentía nada seguro en ese coche. Tuvimos bastantes tramos con lluvia extrema y por veces parecía que el coche se iba un poco. Hubo momentos en los que parecía que el coche se iba a parar, empezó a dar tirones y a hacer ruidos raros, como si el motor estuviese a puntito de morirse. El hombre se comía casi todos los baches de la autovía, hubo dos en los que cerré los ojos y me dije: “hasta aquí hemos llegado.”
Por si eso no era suficiente tensión, el señor puso una playlist de Amistades Peligrosas todo el camino. Os digo la verdad, no sabía que tuviesen tantas canciones. A veces se ponía a cantar, sin duda es un fanático de ese grupo. Yo ya me esperaba que podía pasar cualquier cosa, y así fue. Solo vi algo que corría atravesando la carretera, le siguió un “putuplum”, y el señor dijo: “Vaya, ya me he cargado otro conejo”. En mi cabeza pasaron muchas cosas al mismo tiempo. Por un lado el pobre conejito que ya no estaba en nuestro mundo, por otro, mi cerebro recreó en cuestión de décimas de segundo, las ruedas del coche aplastando al conejo y los huesos de este pinchando la rueda. Por suerte no ha pasado nada. También me quedé un poco rayado con lo que dijo el señor, ¿cuántos conejos habrá atropellado como para decir eso?
Salimos de Galicia ya anocheciendo y nos paramos en un área de servicio. Por suerte o mala suerte, tal vez por los nervios y la tensión del viaje, mi mano en vez de ir a la manilla de la puerta, se fue al cenicero de la misma. Dentro había una pata de conejo. No dije nada, pero por dentro sentí un escalofrío que me hizo tener unas ganas horribles de querer llegar ya a Salamanca.
Seguimos nuestro camino y lo que pensé que sería lo peor, la nacional que va hasta Zamora, fue bastante tranquila y se me pasó bastante rápido. Dejamos a los chicos en Zamora y nos fuimos hacia Salamanca, por fin. Ese tramo se me hizo bastante largo pese a ser el más corto. El señor me daba muy mal rollo, por veces sin venir a cuento, movía la cabeza de lado a lado como negando, y soltaba algo parecido a una sonrisa hacia dentro. Yo solo tenía ganas de llegar de una vez, el viaje estaba siendo horrible.
Por fin pude respirar cuando llegamos a Salamanca, me dejó en los Cines Van Dyck, al parecer es donde suelen dejar a los pasajeros. Se ofreció a llevarme hasta el hotel, pero le dije que no. Yo quería bajarme cuanto antes de ese coche y que no supiese a que hotel iba. Como os digo, ese hombre me daba muy mal rollo, no me hacía sentir cómodo para nada.
Respiré aliviado y fui recuperando la felicidad hasta que llegué al hotel. Por fuera parecía antiguo, aunque no le di importancia porque es un hotel de cuatro estrellas. Pues no, si por fuera parecía antiguo, por dentro era peor. Es como entrar en un hotel de los años veinte. En la recepción un señor al que yo no le entiendo nada, no sé ni si habla mi idioma. Habla como murmurando y sin vocalizar, con la mirada perdida y como soltando gruñiditos. No sé, es todo muy surrealista.
Mi habitación la número 214, cogí las tarjetas y me fui sin mediar más palabras. Los ascensores, como no, también super antiguos. Al llegar a mi planta descubro que los pasillos son laberínticos y mi habitación está pasando un pasillo en el que la luz parpadea. En el suelo hay como toallas tiradas, es bastante poco higiénico y asqueroso. No quiero saber qué estarán cubriendo.
La habitación en la misma linea. Huele bastante mal, no sabría como definir el olor, es como a huevos podridos pero más leve. La lámpara del techo no funciona, solo las lamparillas que están encima de la cama. Algunos interruptores son de atrezo, porque no pueden ni moverse. En el baño lo mismo, la lampara del techo no funciona y la pequeña que está encima del espejo y la pileta, sí. Los enchufes igual, solo hay uno que da corriente y es el del baño, los de la habitación ninguno. Es muy lamentable, no sé como una editorial tan importante, me mete en este hotel.
Me fui a cenar y me volví al hotel, hace muchísimo frío en Salamanca como para estar en la calle. Al llegar, no hay nadie en la recepción, me voy hasta el ascensor y justo, sale el señor con el que vine en coche. Estoy flipando, me dice que si necesito algo está en la habitación número 314. Quiero llorar ahora mismo, encima de la mía.
Me voy a mi habitación y escribo este post para que sepáis lo que he vivido en este día tan surrealista. También os digo que cuando llevaba la mitad del post, he bajado a la recepción y había otro señor igual al anterior, pero este vocaliza. Me dijo que el otro es su hermano gemelo. Le digo que hace mucho frío, si puede poner la calefacción, y me dice que no, que está estropeada. Lo que me faltaba. En su defecto me da una manta.
Y así estoy, metido en la cama, medio congelado y en un hotel que da miedo. A ver quién duerme hoy.