Alberto Leiva

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El diario de Jensen – Capítulo 2: «Conocimiento de uno mismo»

El diario de Jensen – Capítulo 2: «Conocimiento de uno mismo»

El diario de Jensen - Capítulo 2: «Conocimiento de uno mismo»

EL DIARIO DE JENSEN

CAPÍTULO 2: «CONOCIMIENTO DE UNO MISMO»

 

Por fin llega la noche, la tarde se me ha hecho bastante larga. He estado pensando un poco sobre lo que pasó ayer. Salir del trabajo con dolor de espalda, volver a casa para descansar, transformarme, e ir volando por ahí. Pero lo más curioso fue al despertarme, volver a ser normal, como si todo hubiera sido un sueño. Después de darle un montón de vueltas no he conseguido descubrir nada. Lo único que he sacado en claro es que al transformarme tengo más fuerza, más resistencia y más velocidad. Hay otra cosa que ha estado rondando por mi cabeza, la chica de ayer. La chica de la pinza del pelo, mi chica de la pinza del pelo… Siento algo raro con ella, es como si la conociera de toda la vida pero sin saber quién es, como si siempre hubiéramos estado ahí pero sin vernos.

Durante un rato me quedo tirado sobre la cama y observo la pinza mientras la deslizo entre mis dedos. Pensando en sus ojos grandes y oscuros, en su preciosa mirada. Mirada que me hizo sentir un Yin Yang en mi interior, una guerra entre la inquietud y la calma. No sé si sería capaz de decirle algo coherente o si por el contrario me quedaría embobado mirando hacia ella.

¿Y si ella no ha sentido lo mismo? Tal vez solo estaba devolviéndole la mirada al chico que la observaba fijamente. Sea como sea, lo mejor es dejar que pase lo que tenga que pasar. Guardaré la pinza del pelo y si en algún momento de mi vida me vuelvo a tropezar con ella, le diré que tengo algo suyo.

Me incorporo en la cama y abro el primer cajón de mi mesilla para guardar la pinza, donde también guardo el reloj, el móvil, la cartera, y las demás cosas que uso cada día. Así, la veré cada mañana y así empezaré la jornada con una sonrisa recordando su mirada.

Un rugido procedente de mi estómago me recuerda que aún no he cenado, así que me dirijo hacia la cocina para prepararme algo.

Mientras cocino, mi cabeza no deja de darle vueltas a todo, ¿me volverán a salir las alas esta noche? En ese preciso momento recuerdo una de las primeras preguntas que me hice cuando vi mis alas. ¿Me transformaré con la luna llena como los hombres lobo? Dejo de cocinar y me acerco al calendario que tengo en la habitación, de esos grandes que regalan en las tiendas los primeros días del año.

Por lo que veo no hay luna llena hasta dentro de dos semanas, eso hace que una de las preguntas obtenga respuesta.

Tras la cena siento molestias en la espalda. Una sonrisa brota de mi cara, como cuando eres pequeño y ves los regalos bajo el árbol de navidad. Mis nuevas amigas están saliendo, menos doloroso que la primera vez. Esta vez no he perdido el conocimiento.

—¡Ya está!

No sabría definir como me siento ahora mismo. Es una mezcla entre varias sensaciones, como si dentro de mi cuerpo se hubieran mezclado varios componentes químicos altamente volátiles. Miro hacia la puerta de la calle y me dirijo hacia ella a toda velocidad. Antes de abrir la puerta, compruebo que no haya nadie en el descansillo, supongo que tiene que ser una visión absurda. Un hombre con la camiseta reventada por unas alas que han salido de su espalda mirando por la mirilla por si hay alguien. Despejado. Esta vez me toca aprender de mis nuevas aptitudes. Es el momento de saber qué puedo hacer con mis alas.

A unos cinco kilómetros al sur están el monte Cepudo y el monte Alba, con un poco de suerte no habrá nadie, solo las típicas parejas pasando un buen rato.

Antes de saltar me detengo a observar desde la cornisa del edificio. No hace frío ni calor, es una noche de verano agradable. Las pocas estrellas que se pueden ver brillan ante mis ojos, son espectadoras de nuestras vidas desde el comienzo de los tiempos, siempre atentas, puntuales a su cita, observando nuestros movimientos. 

Bajo la mirada hacia la calle y apenas veo gente caminando. Nadie me ve, nadie se espera que aquí arriba haya un hombre con alas observándoles. Como un fantasma doy un salto hacia adelante y extiendo mis alas, planeo y hago giros, poco a poco voy controlando mis movimientos. Me elevo y desciendo, testeando mis habilidades. No puedo quitarme la sonrisa de la cara, jamás había sentido esta sensación de libertad. No podría describir la felicidad que siento ahora mismo.

Cuando llego al monte Cepudo desciendo con cautela, no quiero hacer ruido por si hay alguien. Tras echar un pequeño vistazo confirmo que estoy solo. Algo que no había comprobado todavía era mi visión en la oscuridad. Estoy asombrado, puedo ver con claridad a bastante distancia, no es tan nítida como si fuera de día, pero veo con bastante claridad, es impresionante. A unos cien metros veo una roca bastante grande, debe pesar media tonelada más o menos, me pregunto si seré capaz de levantarla.

La agarro por los lados y mis dedos penetran en ella como si estuviera estrujando barro. El mismo con el que jugábamos en el colegio de pequeños, solo que esta vez no iba a hacer un cenicero.

Una vez que tengo la roca bien agarrada, la levanto por encima de mi cabeza, despliego las alas y con un ligero aleteo asciendo fácilmente. Es increíble, la roca no pesa casi nada. La lanzo hacia arriba y vuelo hacia ella hasta golpearla con mi puño justo en el centro. El impacto hace que la roca se convierta en una lluvia de piedras pequeñas. 

A continuación me tiro en picado y me freno justo antes de tocar el suelo. El resultado es bastante chapucero, se crea una gran nube de polvo y acabo inclinado con mis puños en la tierra. Sin duda, tengo que mejorar mis aterrizajes forzosos.

Ahora probaré mi resistencia. Me vuelvo a elevar, y desciendo en la parte baja de la montaña. Sin perder el tiempo me pongo a correr a toda prisa hacia arriba. Voy esquivando árboles, atravesando caminos y saltando desniveles. Mis piernas se mueven a un ritmo espeluznante. Coloco mis alas en una posición aerodinámica, casi replegadas con las puntas hacia atrás. Llego a la cima increíblemente rápido. Son unos quinientos o seiscientos metros de subida y los he recorrido en pocos segundos. Sigo asombrándome con las capacidades físicas de mi «yo transformado».

He ampliado considerablemente mi fuerza, mi velocidad y mi resistencia. No sé donde estará mi límite, lo cierto es que no estoy cansado. Además puedo ver en la oscuridad, esto es increíble. Me pregunto si me regeneraré al hacerme un corte, solo hay una forma de comprobarlo. Cojo mis llaves de casa, donde además de tener varios llaveros, tengo una pequeña navaja. Me haré un corte en la mano a ver que pasa. Cuando aprieto y arrastro, la hoja de la navaja se dobla. Intento clavarla pero para mi sorpresa se rompe. Al entrar en contacto con mi piel y hacer fuerza se ha partido por la mitad. Es como si mi piel fuera impenetrable. Quizás sea invencible cuando estoy transformado, esa sería la mejor de las ventajas.

Después de estas pruebas creo que lo mejor es volver a casa. Ya tengo suficientes datos como para hacerme una idea de mis poderes. Además se está haciendo tarde y mañana tengo que ir a trabajar. Aunque quizás no sea buena idea… ¿Y si me transformo cuando estoy trabajando? No podría volver a salir a la calle, todo el mundo sabría quién soy. Los servicios secretos me buscarían hasta capturarme para saber qué clase de bicho soy. A saber cuantas pruebas espeluznantes me harían hasta conseguirlo. Quizás debería ponerme una máscara para que nadie me reconozca. Algo cómodo pero que mantenga mi anonimato. A día de hoy todo el mundo tiene un teléfono móvil de última generación con el que hacer fotos y grabar videos.

Doy un salto, despliego las alas y me voy en dirección a mi casa a descansar. Iré dando un rodeo por la ciudad, quiero ver como se ve todo desde arriba. 

Me pregunto dónde vivirá la chica de la pinza del pelo. ¿Será de esta ciudad o por el contrario estará solo de paso? ¿Trabajará? ¿Estudiará? ¿La volveré a ver mañana?

Es curioso, siempre quise ser un superhéroe y ahora tengo estos poderes. Sigo sin saber porqué los tengo, pero la verdad es que no me importa, no quiero que desaparezcan. Debería darle uso y ayudar a quien lo necesite. Convertirme en un superhéroe real. Nunca viene mal alguien que vele por los demás, esta no es una ciudad muy conflictiva pero seguro que hay algo que hacer. 

Si me transformo mañana buscaré a alguien con problemas y le ayudaré. Es una forma de probarme y ver de qué soy capaz. 

Ya veo mi edificio, desciendo realizando un gran aterrizaje, como si fuera una pluma y sin hacer apenas ruido. Echo el último vistazo hacia el horizonte y me despido de la ciudad hasta mañana. Ya son las tres y media de la madrugada, es muy tarde. Abro la puerta de la azotea, bajo las escaleras que dan a los trasteros y sigo hasta el descansillo. Al igual que ayer, compruebo que no haya nadie y bajo hasta mi piso.

Cuando llego a casa me tiro en la cama, echo un último vistazo a la pinza del pelo y la guardo en el cajón de la mesilla. Fue un gran día. Ahora tendré un merecido descanso.

 

(Durante esta semana se cumplen dos años de la publicación de mi primera novela, «El diario de Jensen». Compartiré cada día un capítulo con todos vosotros. Ya sabéis que podéis comprar mis libros en Amazon. También podéis seguirme en mi perfil de Instagram: @albertelp).

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