Alberto Leiva

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El diario de Jensen – Capítulo 6: «Eran tres…»

El diario de Jensen – Capítulo 6: «Eran tres…»

El diario de Jensen - Capítulo 6: «Eran tres...»

EL DIARIO DE JENSEN

CAPÍTULO 6: «ERAN TRES…»

Me despierto con una brisa fría procedente de la ventana. El cuerpo me pesa como si tuviera un toro acostado encima. Son las nueve de la tarde, debería prepararme para la noche. Siento menos culpa que cuando me acosté, pero no puedo evitar sentirme mal. Ayer estaba hablando con el señor Antonio y hoy está muerto. Tampoco sé con quién estuvo por la noche en el trastero, no pude reconocer su voz. ¿Y si ha sido ese quien le ha matado e hizo creer que se ha suicidado? Es un poco locura pensar que alguien le pudo haber matado, pero no sería tan descabellado si tenía muchas deudas. Tal vez le haya pedido dinero a la gente equivocada.

Tengo que levantarme, no puedo seguir aquí tirado. Hoy no hice nada y en poco tiempo me saldrán las alas. Esta noche tengo que devolverle la pinza del pelo a la chica.

Después de mirar al techo sin pensar en nada, consigo sacar fuerzas y me voy a preparar algo para cenar. Me apetece pasta con atún, además es algo rápido y ligero.

No sé porqué, pero al estar preparando la cena me acuerdo de Armando, el ex de la camarera que está muerto y es por mi culpa. Aunque se haya producido de forma indirecta, fui yo el que le llevó al medio de la ría y le tiró al mar. Está claro que si no lo hubiese hecho no estaría muerto. Aunque también puede que fuese su momento, es decir, si yo no hubiese intervenido, es posible que le hubiese dado una paliza a la camarera y luego le podría haber atropellado un coche, o puede que él se hubiera salvado pero ella no. Quizás lo que provoqué fue eso, que en vez de morirse ella, el que se murió fue él. De ser así me alegro, prefiero que haya muerto el culpable y no la inocente, ella no tiene la culpa de que su novio fuese un tarado. Sea como sea es mejor así, nos hizo un favor tanto a ella como a mí. Yo debería controlar mi impulso interno, fue la rabia la que me hizo actuar. Creo que desde que me transformo siento las emociones con más intensidad. Si hoy me vuelvo a ver en una situación parecida, tengo que tomármelo con más calma y pensar fríamente antes de actuar.

Luego está Elisa, que decir de Elisa… Rompí su ego diciéndole que no, y no quiso entenderlo. Se le cruzó el cable, comenzó a gritar como una loca y a llamarme de todo, menos mal que había poca gente en la cafetería y no tuve mucho público.

Hoy es uno de esos días en los que preparas un plato perfecto y por mucho que intentes repetirlo otro día, nunca te volverá a salir igual.

Acabo de cenar y me voy a la habitación, ya son las doce de la noche y no quiero correr riesgos innecesarios. Cojo la pinza del pelo, la máscara, y me dispongo a salir hacia la azotea. Me transformaré arriba, no quiero que me pase lo mismo que ayer. Salgo de casa y al subir las escaleras está todo en silencio, se podría oír el sonido de una mosca a varios metros de distancia.

Cuando llego arriba no veo ni escucho a nadie. Perfecto, hoy tendré un poco de tiempo para mí. Me tumbo en el suelo y me quedo mirando las estrellas. El cielo está completamente despejado. Por culpa de la contaminación lumínica no se ven todas las estrellas, pero sí las más importantes, además de algunos planetas. Distingo a Marte, Venus y juraría que el que está un poco más alejado es Júpiter, pero no estoy seguro. La Luna tiene menos de la mitad y está menguando estos días. Me gustaría ver una estrella fugaz, aunque siempre que pido un deseo no se cumple. Es curioso como una tontería como esta la pasamos de padres a hijos, de generación en generación, y a saber quién ha sido la primera persona a la que se le ha ocurrido.

Tras media hora mirando las estrellas y pensando en mis movidas sin sentido, ya lo noto, mi cambio está aquí, se aproxima, siento como se abre paso por todo mi cuerpo. Un leve crujido hace que mis alas ya estén fuera, saludando a la noche y con ganas de acción. Ya las echaba de menos. No puedo evitar poner una sonrisa en mi boca. Me echo a correr, salto, y extendiendo mis alas en dirección a la calle Colón. El primer paso de esta noche ha llegado, devolverle la pinza a su dueña.

La noche parece tranquila, sin demasiado ajetreo. La gente mañana tiene que trabajar y ya es la una de la madrugada, hasta la mayoría de los bares están recogiendo sus terrazas para cerrar. Un coche de policía llama mi atención. Está subiendo a toda prisa por la Gran Vía en dirección a Plaza de España. Podría seguirlo y ver qué está pasando, pero no es el momento, primero debo cumplir la misión de la pinza.

Al llegar desciendo en el mismo edificio de ayer. La visión desde aquí es perfecta. Tiene la luz apagada y el ordenador encendido, pero ella no está en la habitación. Donde sí que hay alguien es en la habitación de la derecha, un chico acostado en la cama con la única iluminación de una lámpara en la mesilla. Justo en ese momento aparece ella, se tira en la cama, y se pone a hablar con él. En este momento siento como algo se rompe en mi interior, podría ser un familiar o un amigo, pero siempre tendemos a pensar en lo peor. Por mucho que intente pensar que es su hermano o su mejor amigo, mi interior me dice que son pareja. Mi corazón se rompe en tantos pedazos que se cuelan por mis venas y van dañando todo a su paso.

Se abrazan y seguidamente ella se va a la habitación donde está el ordenador para sentarse. No puedo mirar más, esto ha sido un mazazo, bajo mi cabeza y detengo la mirada en mis manos que sujetan la pinza del pelo. Así es la vida, en un momento puede desplomarse lo que más quieres, justo cuando decidí devolverle la pinza y cerrar un ciclo, veo a un chico en su casa. La persona que ocupaba la mayor parte de mis pensamientos quizás tenga pareja. Tengo que terminar esto, aquí ya no hay nada más que ver.

Me subo a la barandilla de la azotea, respiro hondo, y me dejo caer extendiendo las alas. Seguidamente me engancho en la parte baja de la ventana intentando que no me vea. Por suerte para mí, ella está sentada de espaldas y la ventana está abierta. Dejo la pinza en el interior con un movimiento muy rápido y seguidamente doy un salto de vuelta al edificio de enfrente.

Abrumado y con ganas de marcharme, veo que se gira, seguro que ha visto mi sombra. Se levanta y se acerca a la ventana. Su cara es de asombro al comprobar que ahí está la pinza, se asoma, y comienza a mirar hacia todos los lados, intentando buscar una explicación de porqué está ahí. Aquí no puede verme, este edificio está abandonado y está completamente a oscuras.

Detiene su búsqueda y baja la mirada hacia sus manos, que sostienen lo que antes sostenían las mías, la pinza del pelo con su flor roja. En su cara se puede ver una sonrisa de felicidad y de su boca sale un pequeño gracias.

Siento que mi misión aquí ya se ha terminado.

Echo un vistazo por última vez y con un salto me voy, intentando no pensar en ella para reconstruirme emocionalmente. Lo único que me apetece ahora mismo es volar por la ciudad y sentir el aire en la cara. Sin duda necesito ayudar a alguien, me vendrá bien.

Desde esta altura tengo un gran ángulo de visión, puedo ver absolutamente casi todo, incluidos los callejones poco iluminados. Tras dar varias vueltas por la ciudad, por fin consigo ver algo que llama mi atención. Es en la calle que baja desde el olivo. La reformaron hace poco y le han puesto más luz, pero es bastante peligrosa para según que horas. En este caso, una chica y un chico de unos diecisiete o dieciocho años, están subiendo hacia el olivo. Detrás van tres hombres de unos treinta y tantos con una actitud que me hace desconfiar, cada vez se acercan más a la pareja y parece no se han dado cuenta. 

Desciendo en un edificio de la calle y los sigo con la mirada desde lo alto, sin perder detalle por si tengo que actuar. No puede ser, son los chicos del quinto de mi edificio, los que estaban ayer en la azotea. Vaya racha estoy teniendo, con toda la gente que hay en la ciudad, y justo tienen que ser ellos. Qué demonios harán por esta calle, deberían saber que es peligrosa, y más para dos chicos tan jóvenes como ellos. Por eso no estaban en la azotea esta noche, salieron a dar un paseo nocturno aprovechando el buen tiempo de estos días.

Uno de los hombres capta mi atención, lleva algo que produce destellos con la luz de las farolas. Parece un cuchillo o una navaja, no consigo verlo con claridad, lo lleva escondido en la palma de la mano. No sé si debería saltar ya, o esperar un poco, no quiero que sea demasiado tarde, pero tampoco quiero que sea demasiado pronto. Esperaré a que actúen, no puedo arriesgarme a cometer un fallo, además los chicos me conocen. Esta vez tengo que intentar controlarme.

Cada vez están más cerca y se van separando. Dos van por los laterales y uno por el centro. Solo necesito un motivo para actuar, solo uno… Parece que la pareja se ha dado cuenta de que algo va mal y aceleran el paso mirando hacia atrás. El chico se pone serio mientras que la chica se está poniendo nerviosa. Los tres hombres se ríen, creyendo que tienen una presa fácil entre manos, descuidando por completo que ellos también son la presa de alguien. El chico se huele la tostada y se detiene, se da la vuelta, y pone a su chica detrás, protegiéndola, haciendo de su cuerpo un muro de hormigón infranqueable. Es un chico moreno, con el pelo corto, medirá un metro setenta más o menos, y su complexión es normal. No sé que pretende, son tres contra uno, debería haber seguido su camino y pedir ayuda. Los tres indeseables tienen pinta de que buscan dinero para drogarse o a saber para qué.

Gracias a mis nuevas aptitudes, puedo escuchar lo que dicen desde esta distancia, es genial.

—Tranquila Ali, no te pasará nada, yo me encargo de esto.

—¡No lo hagas Miguel! ¡Vámonos!

—No consentiré que nadie te toque, tú tranquila.

—¡No, vámonos ya!

El grito resquebrajado de la chica sonó en toda la calle, que insiste en marcharse y pasar de ellos. Sin lugar a duda, es la opción más sensata. Él parece que no se ha dado cuenta de que uno está armado con un cuchillo. Ella se agarra a su brazo y tira de él con todas sus fuerzas. Él ni se inmuta, parece que tomó la decisión hace rato y no va a cambiarla. Para mí es un error, si yo no estuviera aquí, esto podría acabar muy mal. Obviamente no voy a dejar que les pase nada. Los tres hombres se ríen con desprecio y falta de coordinación en sus movimientos. Lo importante aquí es saber quién es el líder del grupo, a ese es al que hay que frenar primero, el resto correrá después, espero que eso sea lo que esté pensando él. 

El que va en el medio se detiene junto al chico, parece que le quiere decir algo.

—Dame todo lo que llevas encima enano.

—No te voy a dar nada yonqui.

—Seré amable, dámelo y dejaré que te vayas. Ella no, ella se quedará para jugar con nosotros.

—Lárgate o te arranco los pocos dientes que te quedan, payaso.

—Jajajaja, ¡cuidado chicos, quiere hacernos cosquillas! Jajajajaja…

—A ver si te ríes tanto cuando estés sin dientes.

—No seas ridículo mocoso. ¿Sabes qué? Me gusta tu zorrita, me voy a divertir mucho con ella, va a saber lo que es tener a un hombre de verdad dentro.

Que asco me están dando, mis puños se cierran intentando contener toda la ira que estoy generando. Un impulso interno me dice que me tire hacia él, que agarre su cabeza con mi mano y la aplaste contra suelo.

No puedo hacerlo, tengo que respirar hondo y controlarme, no quiero cometer los mismos errores que con el náufrago. Por mucha rabia que tenga, no puedo dejarme llevar por mis impulsos. Pueden ser tres desechos humanos, tres montones de basura que no respetan su vida ni la vida de los demás, pero no está en mi mano acabar con ellos. Solo debo actuar si les hacen algo, y aun así, debo controlarme.

—Cierra la boca yonqui, o tendré que cerrártela yo.

No puedo impedir reírme, que carácter tiene el chico. Cualquier otro estaría temblando o se habría escapado corriendo. Él no, él se ha parado y les está plantando cara. Me fijo en algo que se me había pasado totalmente desapercibido. La posición que ha adoptado el chico es una posición de defensa. Está con el cuerpo de lado, las piernas algo flexionadas, los brazos hacia abajo y en espera de un movimiento. Está preparado para defenderse y luego atacar. No sabría decir que arte marcial es, lo que sí sé, es que es diestro. Si es listo atacará al del medio, el supuesto líder de los tres. Ellos no se dieron cuenta de que el chico conoce algún tipo de arte marcial.

El que está a la derecha se acerca al chico, dispuesto a darle un puñetazo en la cara. Él se da cuenta y hace lo planeado. Bloquea con el brazo izquierdo y golpea el estómago con su brazo derecho. El sonido del impacto retumba por toda la calle. El hombre se cae fulminado al suelo sin apenas moverse. La chica está llorando desconsolada, tirada en el suelo de rodillas, pidiéndole a su chico que se vayan de allí. Parece que el siguiente en entrar en escena es el de la izquierda.

—¡Cállate zorra! Vamos a disfrutar tú y yo mientras tu novio nos mira.

El chico mira hacia él y sin pensárselo dos veces le da una patada en la cabeza haciendo que caiga fulminado en el suelo. No se ha dado cuenta pero acaba de cometer un error, ha dejado su espalda descubierta. El líder de los indeseables saca su cuchillo y se lo clava en la espalda. Un chispazo en mi cabeza hace que me tire hacia él, maldito cobarde, pagará por esto. Aprovechando la velocidad de la bajada, lo engancho con mis manos y lo lanzo contra la pared de una de las casas. Al chocar, su cuerpo suena a roto por varios sitios. Miro hacia el chico y veo que está de rodillas en el suelo, intentando taponar la herida con una de sus manos, ya que esta perdiendo sangre a un ritmo alarmante. La chica pone sus manos intentando detener la hemorragia.

Ha vuelto a pasar, estoy cegado por la ira, otra vez no puedo controlarme. Agarro al líder de los indeseables por la garganta y lo levanto en aire mientras grita de dolor. Él me mira con cara de miedo mientras le sale sangre por la boca. Quizás esté reventado por el golpe pero no es suficiente. Mi interior me dice que tiene que sufrir más, es un cobarde y debe pagar por ello. Agarro su cuchillo y se lo clavo en la espalda lentamente. 

—¿Te duele o estás disfrutando con esto?

—¡Aaahhhhhhhhhh! ¡Qué te jodan engendro de la naturaleza!

En ese momento y sin darme cuenta, la fuerza de mi mano en su garganta hizo que sonara un «crack». Sin apenas enterarme le partí el cuello. Abro mi mano y su cuerpo cae al suelo como quien tira un montón de carne.

Me doy la vuelta, y veo que el charco de sangre del chico es bastante grande. Él me mira con los ojos entrecerrados y con gesto de dolor.

—¿Quién eres?

—No te preocupes, no importa quién soy, tú solo aguanta un poco.

Me arranco mi camiseta rota por las alas, y la pongo en su herida haciendo presión. 

—Tienes razón, no importa quién eres, solo debo darte las gracias. Si no llega a ser por ti ahora mismo estaría muerto, y Ali… —dijo el chico con gesto de dolor y con lágrimas en sus ojos.

—No llores, por suerte no ha pasado nada —respondió Jensen.

—Perdóname Ali, perdona por no haber podido salvarte.

—Cállate y no digas estupideces, te quiero más que a nada en este mundo y no voy a dejar que te pase nada —dijo Ali llorando y casi sin voz.

—No debes estar triste, eres un héroe. Ojalá todo el mundo fuera la mitad de valiente de lo que has sido tú esta noche.

El chico me sonríe y seguidamente le sale un hilo de sangre por la boca.

—Chica, súbete a mi espalda y agárrate fuerte de mi cuello —dijo Jensen.

Ella se sube a mi espalda a toda prisa, y sin perder ni un segundo me agacho para coger al chico con mis brazos.

—Te llevaré al hospital, tienes que ser fuerte y aguantar.

—¿Eres un ángel? ¿Me vas a llevar al cielo?

—Ahorra tus fuerzas y no hables.

El chico me sonríe aceptando mi orden, doy un salto, y extiendo mis alas en dirección al Hospital Álvaro Cunqueiro. Lo bueno de este hospital es que está a las afueras de la ciudad. Gracias a mis alas tardamos un par de minutos en llegar. Compruebo que no haya nadie y desciendo a un par de metros de la entrada principal.

—Desde aquí tendréis que ir vosotros solos, no puedo dejar que me vean, ¿lo entendéis verdad?

—Ya lo llevo yo, no te preocupes, tú secreto estará a salvo con nosotros. Muchas gracias ángel.

La chica se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. Al comenzar a andar el chico tose sangre, ella vuelve a mirar hacia atrás pero yo ya no estoy en el suelo, estoy a la altura suficiente para que no me descubran. Al poco, un grupo de enfermeros salen en su ayuda, suben al chico en una camilla, y se lo llevan al interior del hospital. 

Por hoy se acabó, me voy a casa, estoy agotado. Mis manos y mi conciencia están manchadas de sangre. Mis manos por la del chico, y mi conciencia por la del líder de los indeseables.

Cuando llego a mi casa me quedo mirando a la calle desde la azotea, ausente de todo, sin pensar en nada. Cuando me doy cuenta empieza a vislumbrarse algo de luz en el este. Son casi las seis de la mañana y tengo que trabajar. Ha sido un día largo y muy duro. No sé que me deparará el día de mañana, pero por hoy se acabó. No me apetece pensar en nada más.

 

(Durante esta semana se cumplen dos años de la publicación de mi primera novela, «El diario de Jensen». Compartiré cada día un capítulo con todos vosotros. Ya sabéis que podéis comprar mis libros en Amazon. También podéis seguirme en mi perfil de Instagram: @albertelp).

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