Alberto Leiva

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El diario de Jensen – Capítulo 3: «Un día de trabajo»

El diario de Jensen – Capítulo 3: «Un día de trabajo»

El diario de Jensen - Capítulo 3: «Un día de trabajo»

EL DIARIO DE JENSEN

CAPÍTULO 3: «UN DÍA DE TRABAJO»

 

El sonido del despertador hace que mis ojos se abran como platos. Tras varios intentos chocando con la mesilla, mi mano consigue apagarlo. Son las ocho y diez de la mañana, es hora de levantarse y comenzar con la rutina diaria. Eso, o llegar tarde al trabajo.

Comienza un nuevo día. Al igual que ayer mis alas han desaparecido otra vez, tímidas a la luz del sol. Continúo sin saber porqué solo salen de noche. Quizás tenga que ser así. Durante el día soy una persona normal y por la noche me transformo, como el clásico superhéroe que cada noche sale en busca de personas en apuros.

Me levanto y subo la persiana, la claridad hace que mis ojos se entrecierren. Genial, el cielo está despejado, hoy tendremos otro día de calor. Me voy al baño y abro el grifo de la ducha. Es una mierda, nunca funciona bien y cuesta calibrar la temperatura deseada.

Después de ducharme me pongo el traje, es de corte clásico en color negro. Hoy me pondré la camisa de color azul celeste que me encanta. Luego está la corbata de rayas azules y doradas que también es de mis favoritas. Los zapatos son negros, afilados y brillantes, con cierto toque rockero.

Trabajo en una de las empresas más importantes a nivel nacional. Es el primer centro comercial que se construyó en la ciudad. Nos distinguimos por el trato y la satisfacción de los clientes. El objetivo es que ninguno de ellos se vaya con una experiencia negativa. Al principio me costaba, pero como pasa en todos los trabajos. Mi experiencia dice que tardas un mes en aprender todas las tareas del puesto. A diferencia de otras empresas, no vivimos con la enfermedad de las ventas, donde si no haces tu objetivo mensual, parece que les debes la vida.

Ahora es el momento del desayuno. Una taza de café bien cargado con un poco de leche de soja. Aprovecho para usar la nueva cafetera italiana. La compré hace unas semanas, y para mí hace el café más rico que las cafeteras eléctricas. La leche de soja está bastante rica aunque depende de la marca, hay algunas que saben fatal. Una vez que está hecho me voy al salón y me quedo mirando por la ventana.

Desde el duodécimo es como vivir en una torre, las personas parecen hormigas y los coches de juguete. Desde aquí puedo ver el monte Cepudo, donde estuve ayer. Detrás está el monte Alba y un poco más atrás el monte Galiñeiro.

Termino de desayunar y hago los últimos retoques para salir a la calle. Me lavo los dientes, me peino, me echo colonia y me voy a la habitación. Siempre la misma rutina para no dejarme nada atrás. Abro el cajón de la mesilla y sorpresa, había olvidado por completo que ahí estaba la pinza del pelo. Su mirada vuelve a mi cabeza y sonrío como un idiota. Respiro hondo y cojo la cartera, el móvil, el reloj, y las llaves.

Salgo de casa y me dirijo a los ascensores, pulso el botón y espero. Podría bajar las escaleras andando pero voy bien de tiempo y la verdad es que estoy bastante cansado.

Salgo a la calle y camino en dirección al trabajo, disfrutando del paseo. Como esta semana tengo las tardes libres, puedo aprovechar para hacer compras y descansar un poco.

Parece que hoy es mi día de suerte, a medida que voy llegando a los semáforos se van poniendo en verde. Para llegar al trabajo tengo que recorrer casi toda la Gran Vía pasando por Plaza de España. Por el camino entro en una cafetería y pido un café para llevar, aún sigo bastante dormido.

Me cruzo con gente de todo tipo, señores que salen a dar una vuelta, madres y padres que llevan a sus hijos al colegio, jóvenes que van al instituto y adultos que van a sus puestos de trabajo, cada uno a su ritmo. Los hay que van despacio y otros casi volando, estos son la mayoría. Siempre exprimimos hasta el último segundo y al final siempre vamos con prisas a todos lados.

Un último giro más a la derecha, y llegaré a mi destino. Espero que sea un día fácil, que todo salga bien y que no tenga ningún problema. No tengo ganas de discutir con nadie y mucho menos tener que soportar a algún cliente amargado. En la entrada me encuentro a Mark fumando, apurando su cigarro hasta el último segundo. Debería ir dejándolo, su cuerpo se lo agradecerá, cuando empieza a toser parece que va a escupir los pulmones en cualquier momento.

—¡Hey Jensen! ¿Qué tal, tío?

Mark me dedicó una sonrisa mientras me daba la mano.

—Buenas Mark, yo bien. ¿Tú que tal estás?

—¡Buah…! Fue un fin de semana agotador. La chica que te dije el sábado… —Mark hizo una pausa para dar otra calada a su cigarro—. Es preciosa.

Parece que Mark esta ilusionado de verdad. Lo puedo ver en el brillo de sus ojos, no lo había visto así desde… ya ni recuerdo su nombre. Por lo que veo no soy el único que ha conocido a alguien especial. La única diferencia es que él ya la conoce y ya habló con ella. Yo solo tengo una pinza del pelo en el cajón de mi mesilla. A su lado lo mío no es más que una simple anécdota.

—Vaya, me alegro Mark, ¿volveréis a quedar?

Con un movimiento de cabeza le indico que vayamos entrando, Mark apaga su cigarro y me sigue. La verdad es que me alegro por su felicidad, pero no me importa como le ha ido con esa chica. En mi cabeza tengo mis problemas, mis preguntas y mis dudas.

—¡Sí tío! Esta noche he quedado con ella, iremos a cenar al Raninni.

—Caray Mark, ese es el mejor restaurante italiano de la ciudad, seguro que le encanta.

A todo el mundo le gusta la comida italiana menos a Cristina, que la invité a cenar al Monetti y me montó un escándalo por no llevarla a otro sitio. Según ella mi objetivo era impresionarla para acostarnos, que después desaparecería y no volvería a llamarla. Me dijo que era igual que todos los chicos, solo la quería por su físico y su dinero. Justo con ese comentario me levanté, sonreí, y me marché del restaurante. La justicia poética de todo esto es que ya habíamos pedido el menú y el camarero estaba en nuestra mesa sirviendo los platos. Se puede decir que fue un espectador vip de la función teatral de Cristina. No, no pagué, me marché sin detenerme y sin mirar hacia atrás, el cupo de locas en mi vida lo cubrí hace mucho tiempo. Desde ese momento nunca más volví a saber nada de ella, borré su número y la bloqueé.

—Bueno, salimos a las cinco, a ver si no viene ningún pesado.

—Con calma Jensen, recuerda que estamos en zapatería. Esto es una locura todos los días del año. 

—Jajaja, también es verdad.

—Por cierto, ¿qué tal tu fin de semana? Al final no viniste.

Me gustaría ver su reacción si le contara que me salieron alas y estuve volando por la ciudad.

—Pues estuve ordenando el piso y descansando un poco. Un fin de semana tranquilo, ya sabes.

—Está bien, yo también debería descansar algún fin de semana, nos hacemos mayores. Bueno, ya llegamos, voy a hablar con el jefe.

—Vale Mark, nos vemos.

Mark se va en busca del jefe mientras yo hago la rutina de todos los días. Lo primero es ir al terminal más cercano para fichar y después voy a saludar a mis compañeros. Considero que una de las cosas más importantes en el trabajo es tener un buen ambiente. Si hay piques o malas caras al final se va haciendo una pelota en la que ninguno estaría a gusto. Siempre hay ovejas negras que están obsesionadas con las ventas, pero así es la vida.

La mañana se presenta tranquila. No hay muchos clientes y los que hay son bastante agradables. De pronto se me acerca una señora de estatura media y pelo canoso.

—¿Dónde están los zapatos de mujer?

La señora me regala una sonrisa con una cara realmente entrañable. 

—Los tiene justo en frente.

Acercándome a ella y señalándole con mi mano derecha le indico dónde puede encontrarlos.

La mañana me ha pasado volando y cuando me doy cuenta ya es la una, queda menos para irme a casa. He estado colocando mercancía nueva, limpiando las estanterías, y como no, charlando un poco con los compañeros.

De repente escucho un susurro, una voz dulce y tranquila procedente de mi espalda. 

—¿Perdone, trabaja aquí?

Un escalofrío recorre mi cuerpo como un terremoto de 8,9 en la escala Richter, sacudiendo cada poro de mi piel hasta crear un tsunami de sudor frío que me deja congelado. Mis ojos se abren como platos durante décimas de segundo. Es ella… aquí, en este momento, en este lugar… No puede ser, la chica de la pinza del pelo. Mi tiempo se detiene, en mis oídos solo se oyen los latidos de mi corazón, latidos de un corazón descontrolado. Es preciosa. Mis ojos se quedan atrapados en los suyos de color miel. En este momento mi cerebro se queda vacío, desahuciado de todo pensamiento y sin la más mínima señal de actividad. Cautivado e inmóvil como un cuerpo inerte, solo puedo mirarla. Deseo sentirla a mi lado, en un mundo solo para nosotros dos. Un fugaz pestañeo hace que mis pulmones vuelvan a coger aire. Mis oídos vuelven a escuchar el sonido exterior y todo vuelve a moverse a una velocidad normal. Mi cerebro vuelve a tener actividad y prepara una contestación que le comunica a mis labios en forma de palabras.

—Sí, trabajo aquí, ¿qué desea?

Ni siquiera sé que le he dicho, no puedo dejar de mirarla.

—Querría un treinta y nueve de este zapato. 

En su mano tiene un zapato negro de hombre con estilo clásico.

—Voy al almacén a buscarle uno, enseguida vuelvo.

Camino hacia el almacén con una sonrisa nerviosa. La vida tiene estas cosas, de todas las zapaterías y centros comerciales de la ciudad, justo viene a aquí, en mi horario laboral, y por si fuera poco, de todos los vendedores que hay en la sección me pregunta a mí. Es realmente curioso cómo nos puede llegar a sorprender el destino, me encantaría decirle que ayer la vi y me quedé impresionado. Nunca creí que se pudiese sentir una atracción tan fuerte como esta. Si tuviera un nombre sería amor verdadero, amor puro, aunque de otro modo, quizás este no sea el momento ni el lugar, no sé cómo se lo tomaría. Sé que es el miedo el que me echa para atrás. Tengo miedo al rechazo, miedo a perderla, miedo a equivocarme… Quizás le esté pasando lo mismo que a mí. Quizás ahora esté pensando en lo mismo que yo.

Cuando salgo del almacén la veo a unos diez metros de distancia, hablando por el teléfono móvil. ¿Su novio, su amiga, algún familiar…? Cuando me acerco le oigo decir que tiene que colgar, que le llamará más tarde. Su cara era de felicidad y su tono cariñoso.

—Aquí tiene, un treinta y nueve.

Se lo digo mirando a sus ojos. Ella tuerce su cabeza y me regala una sonrisa.

—¡Genial, gracias! Tenía miedo de que no los hubiera. 

—Has tenido suerte, solo nos quedan dos más. Es un modelo que se vende bastante bien.

—¡Uff! Pues menos mal. ¿Me los puede poner para regalo? 

Vuelve a quedarse mirando para mí mientras me sonríe.

—Claro, venga por aquí, le cobro y se los empaqueto.

Me muero de ganas por acercarme a ella y darle un beso, dejar atrás toda esta formalidad y dejarnos llevar. Quiero decirle que la quiero, que quiero conocer hasta el último centímetro de su piel. Stop Jensen, tienes que controlarte. Cierro los ojos un segundo y respiro hondo. Nunca me había pasado esto, no entiendo nada. Consigo controlar mis pulsaciones y vuelvo a la realidad. De su bolso saca una cartera y de ella una tarjeta. De repente esta resbala de su mano y se le cae al suelo. 

—Ups, que torpe —dijo mientras se agachaba para recogerla—. Ayer perdí una pinza del pelo con una flor roja, tenía mucho valor para mí, y ahora solo falta que perdiese la tarjeta.

Su voz está nerviosa y su cara está roja como un tomate. Su mirada esquiva mis ojos. Quizás sepa que soy el chico de ayer, el chico que se le quedó mirando con cara de idiota.

—No te preocupes, seguro que entre los dos la encontraríamos, aunque tuviésemos que tirar el mostrador. 

Por un momento tuve una visión de la chica marchándose y yo guardando la tarjeta para dársela en el futuro, quizás como «la chica de la tarjeta». Esto hace que una sonrisa incontrolable se escape de mi boca. Podría decirle que yo tengo la pinza del pelo y que quiero devolvérsela, pero las palabras no salen de mi boca, se quedan como pósits pegados en mis pensamientos.

—Vaya, muchas gracias. Atento, educado y guapo, quedan pocos chicos como tú.

Simple, honesta y directa. Al oír esas palabras mi corazón late cada vez con más fuerza. Mis ojos se escapan de los suyos para detenerse en sus labios. Unos labios finos y perfectos que humedece con su saliva. Mi instinto me vuelve a pedir que la bese y que no pierda el tiempo, pero mi conciencia me dice que no es el momento, que estoy trabajando. Sonrojado por la situación, al igual que ella, le contesto lo primero que me viene a la cabeza.

—Muchas gracias, tú también eres muy guapa y tienes unos ojos preciosos. Me has encantado desde el primer momento que te vi.

No me creo que le acabe de decir esto, ella me sonríe como si se hubiera quedado sin palabras. Me entrega su tarjeta mientras sus mejillas continúan sonrojadas.

Al coger su DNI no puedo evitarlo, al comprobar la firma miro su dirección. Ya tengo un sitio al que ir si esta noche me salen las alas.

Siento como su mirada se clava en mí mientras envuelvo la caja de zapatos. Mis manos torpes por los nervios consiguen terminar la tarea con un resultado bastante aceptable. Meto la caja en una bolsa y se la entrego con el ticket de compra.

—Gracias por tu compra, espero que tengas un buen día.

Quiero abrazarla y no separarme nunca más de ella, ahora esta aquí y no sé cuando volveré a estar a su lado.

—Gracias a ti, ha sido un placer conocerte.

Se queda parada como esperando algo más. Pongo cara de idiota y le dedico una sonrisa, ella se marcha regalándome otra de las suyas.

Ahora que se ha ido me siento vacío, solitario como un perro abandonado. No llego a comprender cómo ha podido marcarme tanto una simple mirada. He tenido tres parejas a lo largo de mi vida y con ninguna he llegado a sentir esto.

Mierda, vi la dirección pero no el nombre. Desconozco cómo se llama. Tanto pensar, tanto mirarle a los ojos y no me fijé en el nombre, seguirá siendo la chica de la pinza del pelo.

Las siguientes horas pasaron volando, tras atender a unos clientes miro el reloj y descubro que ya son las cinco. Me acerco a un terminal, ficho, y me voy.

 

(Durante esta semana se cumplen dos años de la publicación de mi primera novela, «El diario de Jensen». Compartiré cada día un capítulo con todos vosotros. Ya sabéis que podéis comprar mis libros en Amazon. También podéis seguirme en mi perfil de Instagram: @albertelp).

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